¡Alma mía recobra la calma!

Conexión Interior-Ps. Francisco Carmona - A podcast by Francisco Carmona Romero

En ocasiones, es inevitable atravesar por situaciones que nos roban la paz y nos inquietan la mente. Pienso, por ejemplo, en el dolor que albergó Jacob cuando sus hijos le mostraron el manto de José manchado de sangre y diciéndolo que un animal salvaje lo había matado o, en la angustia de José cuando ve a sus hermanos vendiéndolo a un grupo de mercaderes. Seguramente, habrá, entre nosotros, muchos eventos que le han robado la paz al alma. Dice el autor del salmo 114: “Me envolvían redes de muerte, me alcanzaron los lazos del abismo, caí en tristeza y angustia.. Arrancó mi alma de la muerte, mis ojos de las lágrimas, mis pies de la caída”. No hay nada que active con mayor fuerza la actividad mental que la angustia y la ansiedad. Cuando se está en estos estados anímicos, la mente trabaja sin descanso, intentando una solución y permanece sin ver la salida. En una situación semejante, el mundo se convierte en un lugar hostil y los demás en una amenaza.  De nuevo, dice el salmo: “Alma mía, recobra tu calma, que el Señor fue bueno contigo; alma mía, recobra tu calma, que el Señor escucha tu voz. Amo al Señor porque escucha mi voz suplicante, porque inclina su oído hacia mí el día que lo invoco”. La paz mental es el resultado de la serenidad interior y ésta se alcanza cuando reconocemos la presencia y la acción de Dios en nuestra vida.  En un taller, una mujer dice que asistió porque hay un vacío e insatisfacción en su vida que no la deja en paz. Contó que había sido dada en adopción a los tres meses de haber nacido. Cuando le preguntó: ¿Dónde has tenido una vida mejor? Contesta: “sin lugar a dudas, al lado de mis papás de corazón”. Cuando reconocemos la presencia de Dios, aún en medio del dolor, el vacío y la insatisfacción terminan. Un texto inspirado en Genesis 37, 3-28 dice: “vi que los mercaderes pagaban una bolsa de monedas a mi hermano mayor, comprendí que me estaban vendiendo. Yo lloraba, les suplicaba, y vi que alguno de ellos apartaba la mirada, creo que con vergüenza. Solo Rubén lloraba conmigo. Luego, los perdí de vista. No me salió odiarlos, a pesar de lo que me habían hecho. No quise, y no quiero. Porque mis sueños no incluyen el odio. Y sé que algún día incluso entre nosotros, el amor será posible”. Solo cuando miramos lo que deseamos alcanzar en nuestra vida y nos atrevemos a poner el bálsamo de amor sobre lo que nos sucede, en lugar de aferrarnos al reclamo del ego: ¿por qué me pasan estas cosas si soy bueno?. Reconocernos unidos a Dios nos da la paz. Una forma concreta de abordar los pensamientos que nos roban la paz y nos llena de angustia y ansiedad es el siguiente: “escudriña tu mente en busca de pensamientos de temor, situaciones que provoquen ansiedad, personas o acontecimientos ofensivos, o cualquier otra cosa sobre la que estés abrigando pensamientos no amorosos. A medida que cada uno de estos pensamientos surja en tu mente, obsérvalo relajadamente, repitiendo: ¡alma mía, recobra la paz, el Señor ha sido bueno contigo! Así con cada uno de los pensamientos o, situaciones. La depresión es, por ejemplo, una respuesta a los pensamientos que nos roban la paz. Del mismo modo, son la ansiedad, la angustia y el pánico. Un autor dice: la humildad es el antídoto frente a la depresión, la ansiedad y el pánico. Sustenta su recomendación en lo siguiente: nada hay que nos quite la paz como la idea de que las cosas tendrían que ser de otra forma o, que si se está presentando alguna dificultad es por nuestra imperfección. La humildad consiste en, reconocer que las cosas como se presentan son neutras y podemos hacer que todo sea diferente modificando nuestra información interior.

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