El sentido nos ayuda a superar el disgusto
Conexión Interior-Ps. Francisco Carmona - A podcast by Francisco Carmona Romero

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La palabra santidad es, sin lugar a dudas, la palabra que mejor expresa grandeza de un ser humano. Cuando escuchamos hablar de santidad nos imaginamos a unos seres extraños que nunca tuvieron defectos y mantuvieron a raya sus pasiones, defectos y otras cosas que consideramos enemigas de la vida y contrarias a Dios. Sin embargo, el Evangelio es muy concreto a la hora de definir la santidad. Un hombre santo es el que apuesta por amar cuando tiene a su favor todos los argumentos para odiar, maltratar y vengarse. En ese sentido, santa es nuestra madre. Cuantas veces, a esa mujer le ha tocado soportar todo tipo de desaires nuestros y, sin embargo, cuando la necesitamos está ahí para brindar la su amor si. Importarle nuestros desprecios. Del mismo modo, santo es el hombre que tiene que ver cómo sus hijos lo aíslan porque se avergüenzan de él y, sin embargo, cuida los nietos y juega con ellos cuando sus hijos se lo piden. Si, santo es todo aquel que ve el sentido de la vida, a pesar de las adversidades de la misma. En el libro del eclesiástico se encuentra una bella sentencia: “cuando se agita la criba, quedan los desechos; cuando la persona habla, se descubren sus defectos. El horno prueba las vasijas del alfarero y la grandeza de una persona es probada en su conversación. El fruto revela el cultivo del árbol, así la palabra revela el corazón de la persona. En la forma como una persona se refiere a los demás queda puesto a prueba lo que guarda en su corazón. La grandeza de un ser humano se manifiesta en la forma como se refiere a la vida, a los demás, a su trabajo. Cuando vemos una persona refiriéndose despectivamente a los demás , a su trabajo, a su profesión se está mostrando el desencanto y enojo que está albergando en su corazón. Quien se está cuestionando el sentido de las experiencias y cosas que vive permanece disgustado, enojado. En cambio, cuando todo tiene sentido nos encontramos en paz. Somos nosotros los que atribuimos a las experiencias, a las relaciones y a las cosas los atributos que, finalmente, nos enojan y nos hacen perder el sentido. Eso que creo ver solo existe en mis pensamientos. Cuando nos llenamos de pensamientos sin sentido la relación de pareja, la vida, el mundo de las relaciones se vuelven complejos. Nos disgustamos más fácilmente cuando cuestionamos el sentido que las cosas tienen. La santidad nos envuelve cuando hacemos todo lo que está a nuestro alcance porque el sentido de las cosas y la verdad nos guíen. Para alcanzar la verdad es, necesario dejar a un lado nuestras opiniones y darnos la oportunidad de ver las cosas desde otro ángulo. Cuando dejamos que sea la verdad, la que encontramos cuando abrimos nuestra mente y sanamos el corazón, quien nos guíe entonces, estamos preparados para experimentar la felicidad. La verdad la encontramos siempre en Dios antes que, en nuestro sufrimiento y heridas. Debajo de nuestras palabras hirientes, de nuestros desprecios, de nuestros reclamos está la Palabra de Dios que nos invita a amar siempre. Cuando dejamos atrás el sin sentido y el enojo las puertas se abren para que el amor entre. Si interrumpimos nuestros juicios, abandonamos nuestros reproches y dejamos a un lado las palabras ofensivas podemos acercarnos a la santidad que consiste en amar. Quien tiene a Dios como el centro de su vida se preocupa más de amar que de desvalorizar. Terminó la reflexión con el siguiente testimonio: “fui invitado a hablar sobre el enojo. Me atreví a contar lo siguiente: acababa de tener una conversación decepcionante con mi novia, en la que me di cuenta de que ella no quería pasar tanto tiempo conmigo como yo quería pasar con ella, y de que estaba interesada en otras cosas. Me sentí ofendido, humillado, un ciudadano de segunda clase; me sentí enfadado con ella por no darse cuenta del valioso regalo que yo era y por hacerme pasar la tarde del sábado solo. Me sentí muy desgraciado.