Crimen y castigo de Fiódor M. Dostoievski (Libro 01 - Cap 3)
Podcast Red Inka + Audio Libros de dominio público - A podcast by Red Inka Podcast Audio Books

Categories:
Novela: Crimen y castigo Autor: Fiódor M. Dostoievski PRIMERA PARTE CAP III Tarde era cuando al día siguiente se despertó tras de un sueño agitado que no le devolvió las fuerzas y aumentó, de consiguiente, su mal humor. Paseó su mirada por el aposento con ojos irritados. Aquel cuartito, de seis pies de largo, ofrecía un aspecto muy lastimoso con el empapelado amarillento lleno de polvo y destrozado; además era tan bajo, que un hombre de elevada estatura corría peligro de chocar con el techo. El mobiliario estaba en armonía con el local; tres sillas viejas más o menos desvencijadas; en un rincón, una mesa de madera pintada, en la cual había libros y cuadernos cubiertos de polvo, prueba evidente de que no se había puesto mano en ellos durante mucho tiempo, y en fin, un grande y feísimo sofá, cuya tela estaba hecha pedazos. Este sofá, que ocupaba casi la mitad de la habitación, servía de lecho a Raskolnikoff. El joven se acostaba a menudo allí vestido y sin mantas; se echaba encima, a guisa de colcha, su viejo capote de estudiante, y convertía en almohada un cojín pequeño, bajo el cual ponía, para levantarlo, toda su ropa, limpia o sucia. Delante del sofá había una mesita. La misantropía de Raskolnikoff armonizaba muy bien con el desaseo de su tugurio. Sentía tal aversión a todo rostro humano, que solamente el ver la criada encargada de asear el cuarto la exasperaba. Suele ocurrir esto a algunos monómanos preocupados por una idea fija. Quince días hacía que la patrona había cortado los víveres a su pupilo y a éste no se le había ocurrido tener una explicación con ella. En cuanto a Anastasia, cocinera y única sirvienta de la casa, no le molestaba ver al pupilo en aquella disposición de ánimo, puesto que así éste daba menos que hacer; había cesado por completo de[18] arreglar el cuarto de Raskolnikoff y de sacudir el polvo. A lo sumo, venía una vez cada ocho días a dar una escobada. En el momento de entrar la criada el joven despertó. —Levántate. ¿Qué te pasa para dormir así? Son las nueve; te traigo te, ¿quieres una taza? ¡Huy qué cara! ¡Pareces un cadáver! El inquilino abrió los ojos, se desperezó y, reconociendo a Anastasia, le preguntó, haciendo un penoso esfuerzo para levantarse. —¿Me lo envía la patrona? —No hay cuidado que se le ocurra semejante cosa. La sirvienta colocó delante del joven su propia tetera y puso en la mesa dos terroncitos de azúcar morena. —Anastasia, toma este dinero—dijo Raskolnikoff sacando del bolsillo unas monedas de cobre (también se había acostado vestido)—, y haz el favor de ir a buscarme un panecillo blanco. Pásate por la salchichería y tráete un poco de embutido barato. —En seguida te traeré el panecillo; pero en lugar de salchicha, ¿no sería mejor que tomases un poco de chatchi? Se hizo ayer y está muy rico. Te guardé un poco... pero como te retiraste tan tarde... Está muy bueno. Fué a buscar el chatchi, y cuando Raskolnikoff se puso a comer, la sirvienta se sentó a su lado, en el sofá, y empezó a charlar como lo que era, como una campesina. —Praskovia Pavlona quiere dar parte a la policía. El rostro del joven se alteró. —¡A la policía! ¿Por qué? —Porque no le pagas ni quieres irte. Ahí tienes el por qué. —¡Demonio, no me faltaba más que esto!—dijo entre dientes—. No podría hacerlo en peor hora para mí... Esa mujer es tonta—añadió en alta voz—. Iré a verla y le hablaré. —Como tonta, lo es ella y lo soy yo. Pero tú, que eres inteligente, ¿por qué te estás así tendido como un asno? ¿Cómo es que no tienes nunca dinero? Según he oído decir, antes dabas lecciones. ¿Por qué ahora no haces nada? —Sí que hago—respondió secamente y como a pesar suyo Raskolnikoff. —¿Qué es lo que haces? —Cierto trabajo...