Crimen y castigo de Fiódor M. Dostoievski (Libro 02 - Cap 1A)

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Novela: Crimen y castigo  Autor: Fiódor M. Dostoievski SEGUNDA PARTE CAP I (A) Raskolnikoff estuvo mucho tiempo acostado. A veces salía de su somnolencia y observaba que la noche estaba muy avanzada; pero no se le ocurría la idea de levantarse. Luego notó que empezaba a amanecer. Echado boca arriba en el sofá, no había podido recobrarse de la especie de letargo en que se hallaba sumido. De pronto oyó gritos terribles y desesperados que sonaban en la calle: eran las mismas voces que daba todas las noches a las dos, bajo sus ventanas, la gente que salía de las tabernas. Aquel ruido le despertó. —¡Ah, son borrachos!—pensó—. Las dos—y sintió un brusco sobresalto, como si le hubiesen levantado con violencia del sofá—. ¡Cómo! ¡Las dos ya!—Se sentó en el diván y lo recordó todo. En el primer momento creyó que se volvía loco. Sentía mucho frío, que procedía, sin duda, de la fiebre que le había asaltado durante el sueño. Ahora tiritaba de tal modo que le castañeteaban los dientes. Abrió la puerta y se puso a escuchar; todo dormía en la casa. Echó una mirada sobre su persona y en derredor suyo. ¿Cómo, el día antes, al entrar en su habitación, se le olvidó de cerrar la puerta con el pestillo? ¿Por qué se había echado en el sofá, no solamente sin desnudarse, sino hasta con el sombrero puesto? Este había rodado por el suelo. «Si alguno entrase aquí, qué pensaría? De seguro me creería borracho; pero...» Se acercó a la ventana. Era ya día claro. El joven se examinó de pies a cabeza para ver si tenía alguna mancha en la ropa; pero no se podía fiar de una inspección hecha de aquel modo; siempre temblando, se desnudó y miró de nuevo su ropa con el mayor cuidado. Por exceso de precaución repitió este examen tres veces seguidas. No descubrió nada, excepto algunas gotas de sangre coagulada en la parte baja del pantalón, cuyos bordes estaban rotos y deshilachados. Tomó un cuchillo, y doblando los bordes de aquella prenda hizo dos tiras. De repente se acordó de que la bolsa y los objetos que había tomado del cofre de la vieja seguían en sus bolsillos. No había pensado en sacarlos ni en ocultarlos en cualquier parte. No se le ocurrió tampoco momentos antes cuando examinaba su ropa. «¡Si parece imposible!» En un abrir y cerrar de ojos se vació los bolsillos y puso su contenido sobre la mesa. Después de haberlos registrado bien, a fin de asegurarse de que no quedaba nada en ellos, lo llevó todo a un rincón del cuarto. En aquel sitio, la tapicería destrozada se destacaba de la pared, y allí fué, bajo el papel, donde metió las alhajas y la bolsa. —Así, ni visto ni conocido—pensó con alegría, medio incorporándose; y, mirando como atontado el ángulo en que la tapicería estaba desgarrada, bostezaba más aún. De pronto, el terror agitó sus miembros. —¡Dios mío!—murmuró con desesperación—. ¿Qué es lo que me pasa?[51] ¿Está eso bien oculto? ¿Es así como se esconden estas cosas? A la verdad, no era aquél el botín de que había esperado apoderarse; su intento era apropiarse del dinero de la vieja; así es que la necesidad de ocultar las alhajas le pillaba desprevenido. —¿Pero ahora tengo yo motivos para alegrarme?—se decía—. ¿Es éste el modo de ocultar lo robado? Creo que me abandona la razón. Falto de fuerzas, extenuado, se sentó en el diván, acometido de fuerte temblor. Maquinalmente tomó un gabán viejo de invierno hecho jirones, que se encontraba en una silla, y se tapó con él; le invadió inmediatamente un sueño mezclado de delirio y perdió la conciencia de sí mismo. Cinco minutos después se despertó sobresaltado, y su primer movimiento fué examinar de nuevo sus vestidos. —¿Cómo he podido volver a dormirme sin haber hecho nada?; el nudo corredizo está en el sitio en que yo lo cosí. ¡Y no haber pensado en ello! ¡Semejante pieza de convicción!...

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