Crimen y castigo de Fiódor M. Dostoievski (Libro 02 - Cap 2)
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Novela: Crimen y castigo Autor: Fiódor M. Dostoievski SEGUNDA PARTE CAP II —¿Y si hubiesen empezado ya la indagatoria? ¿Si al entrar los encontrase en mi casa? He aquí mi habitación. Todo está en orden, nadie ha venido. Anastasia tampoco ha tocado nada. Pero, Señor, ¿cómo he podido dejar todos aquellos objetos en semejante escondite? Corrió al rincón, e introduciendo la mano bajo la tapicería, sacó las alhajas, que en junto eran ocho. Dos estuches contenían pendientes o algo parecido, no sabía qué; había además cuatro estuches pequeños de piel. Envuelta en un trozo de periódico una cadena de reloj; en otro papel un objeto que debía de ser una condecoración.[60] Raskolnikoff se metió todo aquello en los bolsillos procurando que no hiciese mucho bulto; tomó también la bolsa y salió, dejando la puerta abierta de par en par. Andaba con paso rápido y firme, y aunque se sentía quebrantado, no le faltó la serenidad. Temía que se le persiguiese, y que antes de media hora, de quince minutos quizá, se abriese un sumario contra él; por consiguiente era preciso que desaparecieran en seguida las piezas de convicción. Debía despachar cuanto antes, aprovechando la poca fuerza y sangre fría que le quedaba... ¿Pero a dónde ir? Esta cuestión estaba ya resuelta tiempo hacía. «Lo tiraré todo al canal, y con ello irá también mi secreto al agua.» Así lo había decidido la noche precedente en los momentos de delirio, durante los cuales muchas veces sintió impulsos de levantarse y de ir a arrojarlo todo en seguida. Mas no era de fácil ejecución este proyecto. Durante media hora, o acaso más, anduvo vagando a lo largo del canal Catalina, examinando, a medida que llegaba a ellas, las diversas escaleras que terminaban al borde del agua. Desgraciadamente, siempre se oponía algún obstáculo a la realización de su proyecto; aquí un barco de lavanderas, allí lanchas amarradas a la orilla. Por otra parte, el muelle estaba lleno de paseantes, que no hubieran podido menos de notar un hecho tan insólito; no era posible, sin infundir sospechas, descender expresamente hasta el nivel de la corriente para arrojar un objeto al canal. ¿Y si, como era de suponer, los estuches sobrenadaban en vez de desaparecer bajo el agua? Cualquiera de los paseantes los vería. Aun sin que esto ocurriese, Raskolnikoff creía que era objeto de la atención general; le parecía que todo el mundo se ocupaba en él. Por último, el joven pensó que quizá sería lo mejor tirar todos aquellos objetos al Neva: en sus orillas era menos numerosa la concurrencia, menor el peligro de llamar la atención, y, consideración importante, estaría más lejos de su barrio. —¿En qué consiste—se preguntó, con asombro Raskolnikoff—, que desde hace media hora vago ansiosamente por lugares peligrosos para mí? Estas objeciones que ahora me hago, ¿no pude hacérmelas antes? Si he perdido media hora en un proyecto tan sensato, es sin duda porque tomé mi resolución en un momento de delirio. Sentíase singularmente distraído y olvidadizo. Decididamente era preciso apresurarse. Se dirigió al Neva por la perspectiva de V***; pero, conforme iba andando, se le ocurrió otra idea. —¿Para qué ir al Neva? ¿Por qué arrojar estos objetos al agua? ¿No sería mejor ir a cualquier parte, muy lejos, a una isla, por ejemplo? Buscaría un paraje solitario, un bosque, y enterraría las joyas al pie de un árbol, teniendo cuidado de señalarlo bien, a fin de poder reconocerlo más tarde. Aunque comprendía que no se encontraba en estado de tomar una determinación juiciosa, le pareció práctica su última idea, y resolvió llevarla a cabo. Pero la casualidad lo dispuso de otro modo. Al desembocar, por la perspectiva V***, en la plaza, Raskolnikoff advirtió a la izquierda la entrada de un corral rodeado por todas partes de altas paredes y cuyo suelo estaba cubierto de polvo negro...